martes, 29 de junio de 2010

Lectura

El sol había bostezado en el cristal varias veces antes de que la luz dorada de la lámpara del salón cobijara el final de la historia. Mis ojos resbalaban atropellados por los renglones de tinta que ahora más que nunca se me presentaban impredecibles. Los cabos se iban atando poco a poco en un natural desenlace que no me dejó apartar la mirada de la página ni si quiera cuando terminé la lectura. Hacía tiempo que no sentía placer leyendo. Hacía tiempo que un libro no me atrapaba como lo ha hecho éste. Las razones pueden ser varias y diversas pero así ha sido.

Admiro a los escritores y más aún a aquellos que escriben bien. Esos que te llevan donde quieren, que te enseñan algunas cartas y te escoden otras. Esos que te dejan imaginar hasta donde ellos deciden que así sea. Escribir un libro es un arte. No solo hay que saber escoger las palabras, sino ordenarlas, dotarlas de contenido, estructurar las ideas, volver a ellas, documentarlas, vaciarlas, desposeerlas de su significado habitual y convertirlas en piezas de un puzle imaginado.

Eran las 10 de la noche y había terminado de leer El Asedio, la última obra de Arturo Pérez Reverte que está ambientada en la Cádiz preconstitucional. Estaba solo y tan solo me imaginé.

Hay universos paralelos en los que a veces sentimos diferente. Podemos llegar a ellos escuchando música, pintando, rezando, soñando… y leyendo.