lunes, 18 de abril de 2011

Domingo de ilusión

Como casi siempre me pasa en los días señalados volví a ganarle el pulso al reloj. Mis ojos llevaban una hora esperando a que el despertador inaugurara el día. Me miré en el espejo y éste me devolvió la sonrisa. Había sol fuera y como algo debía estrenar, me puse lentillas nuevas para ayudar a mi retina a recordar lo que debería guardar en su interior todo un año. También estrené impaciencia y deseo cofrade.

Como siempre, todo empieza en Molviedro. Mi señor despojado dejó sus llagas al aire tras una salida imposible que lo llevaba del Compás de la Laguna a la Gloria. Con la ilusión de quien acaba de comenzar algo tan esperado llegó destellando oro la canastilla del señor de la Victoria con una revirá de las que se quedan guardadas en la memoria. Al tiempo, la señora de la blanca pureza del Porvenir lució su figura con prestancia demostrando que ni los contratiempos de la palia iban a detener su conquista de corazones.

Cientos, miles, millones de personas en marea iban y venían bebiéndose a borbotones la Sevilla inmortal. De esa marejada de sueños desperté mirando sus ojos, abiertos, expresivos, eternos. Acababa de besar la mano del Gran Poder y me detuve en su mirada pausada, símbolo de la inmensidad de la fe del mundo.

La Hiniesta por Trajano, un año más. Con el sol resbalando por el perfil de su finura. Y el Silencio Blanco, poco más se puede decir. Es imposible describir las sensaciones que provoca el palio de la Amargura, de mi Amargura, al nacer a Sevilla. Ni el sol quiere perderse la cita, aunque el reloj le obligue a apagar su prestancia de luz.

El día aún me reservaba el momento más intenso. En la calle verónica el señor de los gitanos, el señor de la salud, el nazareno flamenco al que llaman el manué reconoció el saludo que siempre le guardo. Le di recuerdos entre susurros de aquella que me enseñó a rezar y que hizo que le amara aún sin conocerlo. Mi abuela siempre me habló de él. Me contaba que siendo niña quedó maravillada del compás sereno con el que anda el gitano, al igual que nunca olvidaba aquel puente lleno de fervorosos corazones intentando aliviar la pena del Cachorro. Ella era una niña condenada a vivir una dura vida de trabajo, pero a pesar de todo supo guardar el recuerdo de sus años sevillanos para envenenarme con ellos para el resto de mi vida.

El día iba solicitando su siesta nocturna para poder renacer con fuerza en Lunes Santo. Y mientras caminaba absorto en la belleza contemplada un grupo de muchachas me regaló un piropo: ¡qué guapo eres hijo, el pastelero te estará buscando!... dicen que la cara es el espejo del alma y yo tenía el alma plena de felicidad, así que todo tiene su sentido. En mi cara se debía reflejar la alegría y ellas lo notaron.

Un Domingo de Ramos más, pero nunca igual. Como los besos, siempre parecidos pero nunca iguales.

Feliz Semana Santa.


jueves, 14 de abril de 2011