Ayer estuve dentro de la prisión de Alhaurín de la Torre grabando un reportaje para mi programa (Emplea2, de Canal 2 Andalucía). Llevo un mes produciendo el tema y gracias a mi persistencia y al esfuerzo de mucha gente he sido el primer periodista que entra en esa prisión desde que saltara a la palestra todo el tinglado de Marbella. De mi visita extraje varias conclusiones, la primera es que una cárcel es mucho más que un lugar represivo. Aquello es una pequeña ciudad donde la vida se ve de un color diferente. Los Funcionarios de prisiones son el único contacto humano y en cierta forma con el exterior que allí tienen los reclusos. Me emocioné al entrevistar a una enfermera del centro penitenciario que me confesaba que cuando llegó hace 18 años a la cárcel cuidó a un chaval interno, luego el destino hizo que también cuidara a su hijo y hace escasos días ha conocido a su nieto. Entrar en una celda vacía es adentrarse en otra esfera, allí solo caben un par de camas en litera, una pequeña ventana que da al patio interior, un lavabo y una mesilla. Todo lo demás son sueños, pensamientos, anhelos, aire.
Nos registraron minuciosamente el equipo para que no pudiéramos introducir más que lo necesario para realizar nuestro trabajo. Para pasar de una galería a otra teníamos que pasar por una especie de control donde un vigilante te requería la identidad. Las pocas caras que vi se encontraban en la enfermería y recuerdo especialmente aquella que tenia un hombre mayor, de unos 55 años, con ojos desencajados, mirada profunda, barba de tres días y camiseta sin mangas, no sé por qué estaba encerrado en un habitáculo acristalado. Estaba mal.
Uno de mis compañeros me dijo que se sentía agobiado en aquél lugar, no era para menos. Desafortunadamente por cuestiones de seguridad y el miedo de los propios funcionarios de prisiones (sobre los que versará el reportaje) el resultado traducido en imágenes no fue del todo satisfactorio, pero desde ese día valoro más la libertad.