jueves, 11 de agosto de 2011

Filarmónica de Santiago

Llegó, echó unas risas, desenfundó su máquina del tiempo y todos empezamos a disfrutar de la Filarmónica de Santiago. Tocando gitano, distinto, con un sello diferente, en sus manos se encerraba y se definía el compás. Alguna vez dijo que él también era humano y podía perder el compás, pero nadie le creyó.

Morao, Moraito o Moraito Chico, sírvase el consumidor, ganaba en la cercanía. Tuve la oportunidad de tratarlo de cerca un par de veces, la que más y mejor recuerdo fue cuando preparamos juntos el cierre de campaña de Pedro Pacheco en Jerez. Sus dedos no paraban quietos aún con una cerveza en la mano y su compás se percibía hasta en su forma de hablar.

Hay guitarristas geniales, virtuosos y técnicos, pero el sello gitano hecho soniquete de sonanta jerezana llevará por siempre el nombre de Morao. Un placer para los sentidos, un justo y medido acompañamiento, un toque certero y sutil, siempre en el momento adecuado.

De cantar a su lado han podido presumir los más grandes, La Paquera de Jerez, Manolo Caracol, Camarón de la isla, José Mercé, El Torta, Terremoto o Miguel Poveda. Con 12 añitos ya empezó a acompañar a estas grandes figuras. Ahora será su hijo, Diego del Morao, quien queda huérfano de herencia, el que tendrá que tirar de coraje flamenco para defender su legado. Será grande, ya lo es, tiene el sello, tiene el sentir, pero aún así la Filarmónica de Santiago que suponían los dedos de su padre nunca más volverá a sonar.

Qué pena me dan los que pueden escuchar flamenco sin emocionarse, ¡qué pena!.

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