viernes, 17 de septiembre de 2010

Increíble

Fue asombroso. No cabía nadie más, hacía calor como corresponde en la Maestranza. La luna se asomó al pretil que dibuja en el cielo el coso taurino más espectacular del mundo para no perderse la magia. Sin más disparos que los que lanza el corazón ni más armamento que la voz. Era Miguel, un joven catalán que se ha apoderado del mundo flamenco, que lo ha hecho suyo y se divierte haciendo fácil lo difícil, desmenuzando los sentimientos. En una misma frase, en una misma palabra, en una misma sílaba, aquella voz era capaz de cambiar del lamento más desmedido al susurro más intimista sin perder el tono nunca. Un prodigio.

Arrancando por los cantes de mi Puerto Real, las Livianas dedicadas a la ventana donde las niñas mozas se recrean ante los divinos suspiros del amor. Adentrándose en fiestas de Utrera y Jerez. Maravillando con unas peteneras que supo arrancarme la emoción y a mi piel ponerla como si fuera de corcho. Poco a poco el abrazo de la magia fue dejando respirar a los espectadores, llegó la copla, añeja, suave, caracolera. Y cuando nos creíamos a salvo llegó el revuelo de la leyenda del tiempo, interpretada magistralmente por la Orquesta Joven de Andalucía, los alfileres de Diego Carrasco, y unas soleares únicas, pausadas, templadas a ritmo de violín, arpa, vientos y cuerdas de piano.

Una faena redonda, en la que ni la Giralda quiso apagar su fuego de eterna vigilante. Cuando todo pasó no pude ni quise apagar el eco de aquellos cantes en mi cabeza. Ojalá el sentimiento que genera el flamenco se pudiese explicar, aunque mientras que eso no ocurra tendremos la excusa perfecta para seguir perdiéndonos en la magia.

2 comentarios:

Paloma Jara dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Paloma Jara dijo...

Increíble crónica, amigo. Muy emocional. No le tiene nada que envidiar a las publicadas en los papeles. Qué gusto leerte, macho, casi tanto como escuchar a Poveda y a los suyos. Disfruté mucho. Muchísimo. Si tuviera que ponerle una falta, sería los fandangos. No me gustó como los cantó, qué se le va a hacer. Tengo predilección por ese palo. Lo perdono porque estaba más que salvado con la compañera que eligió. Tampoco me gustó la copla con la que cerró (aunque reconozco que es sublime, que se te clava en el alma y que te vas masticándola para tu casa) porque creía que iba a apostar por algo más flamenco. Aún así es de los espectáculos más bellos de todos a los que he asistido