jueves, 23 de mayo de 2013

Luz de vida

Ya no sé de donde soy  ni qué me pertenece. Quizás nunca fui de ningún sitio concreto, y quizás nada jamás me pertenezca. Hay veces que necesitas sentirte de algún lugar, mirar al suelo y ver raíces, crecer viendo la misma marea al final de la calle. Y sin embargo hay días en los que querría desaparecer, ser universal, experimentar la libertad de conocer y olvidar el verbo reconocer.

No sé en qué etapa estoy. A veces dudo del lugar al que pertenezco. Quiero pensar que pertenezco a un pueblo pequeño que me abrió sus brazos en el Condado, quiero sentir que la ribera del río Guadalquivir a su paso por Sevilla me pertenece al igual que los recuerdos universitarios que se esparcen por las aceras sevillanas. Quiero imaginar que en Olvera hay algo más que un recuerdo. Quiero disfrutar sabiéndome gaditano de convicción y mirando al mar de mi pueblo. Quiero descubrir que la pertenencia a Puerto Real es algo más que dos palabras en mi DNI. Me ilusiona pensar que en Jerez me hice un hombre, y me alegra saber que junto a ella siempre me puedo sentir un niño, esté donde esté.

La pertenencia no la marca ni el lugar de nacimiento ni el lugar de residencia. Pertenezco a lo que quiero sin más explicaciones, pertenezco a lo que me hace sentir, y nada me pertenece más que mi sentimiento. El caso es que en él están todos esos lugares de los que os hablo. Cádiz, Sevilla, Olvera, Jerez, el Aljarafe, La Palma o Puerto Real, a todos pertenezco y quizás ninguno me pertenece a mí porque todos son de ella. Y en ella se resume mi heterodoxia de lugares y arraigos.

Soy lo que siento sin necesidad de haber nacido en el lugar que dio cuna a su belleza. Allí, en las fronteras casi del país, en las marismas universales, nadie es extranjero, nadie se siente foráneo.

Ella ha sido la primera a la que le he encomendado la difícil tarea de proteger el futuro. Una vela encendida en su candelero anuncia la vida.

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