
Lo sucedido ayer parecia haber sido escrito por un novelista. El Córdoba ya había terminado su partido con empate y en un agónico final, en el tiempo de descuento, el árbitro señala un penalty a favor del Cádiz. El capitán, el número 5, el héroe de otros ascensos, el portuese Abraham Paz se decide a tirarlo. Lo tiene claro, es una suerte que siempre le sale bien, está confiado, desde los 11 metros ha reportado muy buenos momentos a la hinchada amarrilla, pero ayer no era el día.
Ajustó su disparo y el balón chocó contra la base del poste, la ilusión se convertía en tristeza, las lagrimas empezaban a aflorar en una afición que no se merece este tipo de infortunios. Es la mía y puedo pecar de subjetivo, pero es la mejor afición del mundo. Una afición simpática, que abarrota el Carranza cuando el equipo está en Segunda B, que se pinta la cara de amarillo, que hace mil kilometros para ver jugar al Cádiz contra el Vecindario, que corre detrás de un linier, que tiene por himno un pasodoble de carnaval, que sufre, canta, rie y llora. Ayer, hoy y durante algunas semanas toca llorar, pero estoy seguro que volveremos a levantarnos y tarde o temprano llegaremos de nuevo a primera. Ojalá lo vuelva a ver y mis hijos nazcan y recuerden en su infancia un Cádiz en primera al igual que yo lo recuerdo y lo siento.