lunes, 16 de noviembre de 2009

Crucifijos

Este fin de semana entre bromas y amigos he debatido sobre un tema que no es baladí. En España los Crucifijos y las imágenes cristianas deben ser eliminadas de los espacios públicos y laicos como los colegios y los institutos por ejemplo.

Entiendo que los intereses, pensamientos y cuestiones religiosas y propagandísticas (aquellas que tienen contenido político o religioso según la Teoría de la Información) deben ser relegados a un espacio privado e individual, dónde nadie pueda verse afectado por ellas. Pero tampoco creo que el modo de cambiar la sociedad sea la imposición.

Algunos me planteaban que se trata de que la sociedad evolucione y se abra a los nuevos tiempos, pero yo creo que la evolución por el hecho de serla debe ser natural, ya que toda evolución impuesta a golpe judicial o a través de cualquier otro método formal no es evolución sino revolución.

Si la sociedad ha cambiado dentro de muy poco tiempo, por selección natural, las imágenes religiosas desaparecerán de los lugares públicos, pero ¿obligar a quitarlos no es caer en el mismo error que la Iglesia obligándolos en su tiempo a contemplarlos?.

Y pongo un ejemplo. En un cementerio público y municipal ¿deberemos eliminar los crucifijos de las lápidas? porque si atendemos a la norma así debe ser. Algunos podrán alegar que ellos no comulgan con esa religión y que ese es un lugar público. ¿No podré enterrarme bajo mi cristo si yo quisiera?

Conste que el espíritu de la norma no me parece mal, pero no es menos cierto que la forma de proceder del Gobierno no creo que sea la oportuna. Yo considero que lo que deberían de hacer es preservar el cumplimiento de la Constitución, cuyo artículo 16 ofrece pautas inequívocas: carácter aconfesional del Estado y cooperación positiva con las diversas confesiones, con especial mención a la Iglesia católica, plenamente justificada por su arraigo histórico, social y cultural.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Tiempo

Hay días en los que al abrir los ojos te das cuenta de la fugacidad de la vida. Es un solo momento, un instante detenido, el soplo de oxigeno que se escapa de tus pulmones, pero existe. Aunque no queramos verlo, aunque hagamos planes de futuro, aunque nos empeñemos en jugar al escondite con la única que siempre gana. La muerte es la más digna ganadora de los pulsos vitales.

Siempre he sido un apasionado del tiempo. Me parece asombroso ese concepto. Siempre lo repito, pero cuando más lo digo más seguro estoy de ello. El tiempo es el único elemento que nunca podrá controlar el hombre. Por mucho que queramos correr nunca podremos atrapar el tiempo. Inexorablemente el tic tac va marcando nuestro final. Desde que nacemos estamos condenamos al tiempo y a su antojo intentamos durante toda nuestra vida jugar al esconder. Pero él siempre gana.

El día que el hombre pare el tiempo será una proeza digna de película de ficción. Es imposible, mientras respiramos, peleamos, disfrutamos y sentimos el tiempo va acotándonos la vida y si de algo estoy seguro es que por mucho que corramos al final siempre nos gana la carrera.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Harto

No entiendo por qué en mi propia calle tengo que pagar para aparcar. Odio que una empresa adjudicataria se crea en el derecho de pintar de azul los aparcamientos de libre disposición que tiene una ciudad.

El suelo, las calles, no les corresponden a los Ayuntamientos. No son éstos los que pueden vender su explotación a cambio de jugosas cantidades económicas, no. El suelo, las calles, son patrimonio de los vecinos, de los viandantes, de los que cada día pasean por ellas, y de los que poco a poco ven como les roban lo que hasta hace poco era lo poco que les quedaba.

Las calles ya ni si quiera son nuestras. Es una pena y a mi me rechina. Yo reivindico las calles antiguas dónde se jugaba, se corria, se pintaba, se descansaba, se paseaba... en una palabra se disfrutaba. Eran otros tiempos, que por supuesto y por nuestro bien, no volverán. Yo no reivindico la recuperación del pasado pero sí la perdida de su espíritu.

Vivo en una ciudad que cada día tiene menos de Andalucía y más de globalización y capitalismo. Apoyo el avance, pero siempre sabiendo hacia donde avanzamos. Además, ¿para qué estoy pagando entonces mi impuesto de circulación?, ¿no se trata de un impuesto que me justifican como un canon por utilizar la via pública?, ¿no es lo mismo que me quieren cobrar en esas maquinitas dehumanizadas?.

Odio ver de azul mis calles y tener que aparcar en el quinto pino para regresar andando. Lo tengo claro, yo no les pago a quienes me quitan mi calle. Que les pagen otros.

martes, 3 de noviembre de 2009

Ayala

"Soy un cómico que lleva años esperando a que se baje el telón, pero no termina de bajarse". Con estas palabras, pronunciadas en 2007, Francisco Ayala se refería a su longevidad, que se había convertido, por derecho propio, en todo un capítulo de la historia de la literatura española del siglo XX. Ese metafórico telón del que hablaba el escritor granadino, ha bajado esta misma mañana en Madrid pasadas las 12.

Con Ayala no solo se baja el telón, sino que se acaba la función del 27, de aquellos poetas que soportaron la persecución, el exterminio y el exhilio simplemente por ser valientes y escribir sobre un folio aquello que sentían y aquello a lo que nunca iban a renunciar, la libertad de expresión.

Hoy, con la perspectiva que dan los años, da rabia perder el último cachito de historia viva poética de aquel gran grupo. Entre guerras y compromiso ha transcurrido la vida de Ayala, un granadino de Argentina, Puerto Rico y Estados Unidos que llegó a decir con su innata timidez que estaba cansado de escuchar su nombre.

El Jardín de las Delicias, una obra suya escrita en 1971, foma parte de mi estantería. "Ya el libro está compuesto -dice Ayala en su última hoja- He reunido piezas diversas de ayer mismo y de hace quién sabe cuántos años; las he combinado como los trozos de un espejo roto, y ahora debo contemplarlas en conjunto. Sí; cuando me asomo a ellas, pese a su diversidad me echan en cara una imagen única donde no puedo dejar de reconocerme: es la mía". Y luego se reprocha: "¿Para qué escribo? ... El sarcasmo, la pena negra, la loca esperanza, el amor, la felicidad, otra vez el sarcasmo… ¿no basta con haberlo sufrido? ¿Era sensato preservarlo en un arca de palabras? ¿No es perverso el intento de querer oponerse a la fugacidad de la vida?"